Los datos no dejaban
lugar a dudas. La empresa se dirigía hacia un bache difícil de
superar, incluso él se juraba que imposible. Visto esto, dejó el
cigarro en el cenicero, encendido y humeante, se levantó de la silla
y, con todos los papeles en la mano, se asomó a la ventana y los
dejó caer.
Al instante se
desperdigaron en una explosión desordenada. Unos hicieron cabriolas
durante varios segundos, otros simplemente se balancearon como ángeles borrachos, dejando ver
esos gráficos impertinentes a todo color y ninguno, ninguno, cayó
pesado sobre el asfalto dejando tripas, cerebro o sangre como le
hubiera gustado al ejecutivo.
La contemplación se
prolongó varios minutos hasta que, por efecto de la edad, el asesino
dejó de ver a sus víctimas que cada vez estaban más cerca del
suelo y más lejos de él.
Unos pisos más abajo,
los papeles estaban tan desperdigados que nadie diría que habían
comenzado el descenso juntos. Una mujer que fotocopiaba en un
cuartucho, vio de refilón el baile aéreo de los documentos y los
reconoció claramente, gracias a logo llamativo que, a los que ya lo
conocían, indicaba que eran propiedad material de la Corporación
Eleyo.
En el piso veintidós, las tórtolas se sobresaltaban, nunca habían visto bichos semejantes, con ese volar grácil pero terminal, demasiado atrevido para ellas. Alguna de las palomas intentaba avisar a las obres criaturas descendentes, emitían algún graznido inútil, las rodeaban con vuelos envolventes que hacían a los papeles alzarse levemente para después seguir dejándose caer como cisnes muertos, dramáticos. Alguna probablemente experimentaría enamoramiento fugaz y seguramente, suspiraría por las cornisas hasta quién sabe qué tiempo.
Los informes seguían cayendo inexorablemente. Aunque la esperanza del ejecutivo se concentraba en que esos datos que contenían se esfumaran con el aire, se evaporaran por efecto del roce del viento al caer, eso no era posible. A pesar de ese caer leve, grácil o torpe, según el tamaño de la ventana desde la que se los viera, en realidad sus letras eran de piedra, fijas, como losas, como símbolos en su panteón familiar.
Casi llegados al suelo, llamaron la atención de algún gato que, como alimañas cazadoras, clavaron sus afiladas garras en los asesinados pliegos y luego, con el desprecio del ser superior, eran olisqueados y abandonados con indiferencia, incluída aquella portada que rezaba "Nota crítica al presidente".
No hay comentarios:
Publicar un comentario