Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

martes, 19 de enero de 2016

HUMO





Llamas a la puerta y cuando esta cede,
una cortina de demonios me rodea
y mueve el agua de mi cuerpo.
Tantas odas mistéricas se vienen a la mente, 
tantos cantos rituales modernos.
Aplicas tu cortesía a mi piel
y el humo invisible me eriza las plumas
y las enferma con esa fiebre conocida.
“Retira tu mano, camarada,
o podrías acabar hecho cenizas”.
Una vez evaporé el agua del estanque
y los villanos vieron mis demonios
y escucharon mi cuerpo en Saratoga.
A veces mando yo, pero hoy no.
“Aparta tu mano o te convertirás en cosa,
es el poder de mis alas negras.
No te engañes, amigo,
el amor es tuyo, pero el sexo no. 
Eres una cosa para mis ojos de águila negra.
Si tu eres árbol, yo leñador.

miércoles, 13 de enero de 2016

PRIMER LIBRO DE ECLIPSE. CUARTA TRANSICIÓN

“¿Cómo medir el tiempo?
Llegué con un gran sol
que ahora no encuentro.”
Así pensaba Eclipse
que se sentía culpable de  la oscuridad.
“Llegué con un gran sol
y dejé debajo de mí una sombra
con la forma de mis alas.
Los astros predijeron mi llegada
y me pusieron este nombre
que gritan los pájaros nocturnos.
Estos pájaros negros
me reprochan que este planeta
es aún pequeño para recibir mis alas abiertas.”
La noche era oscura,
la Tierra, recién nacida,
no conocía la fuerza de una luna.
Eclipse halló refugio para la noche.
Bajo la bóveda de sus alas,
tan herméticas en la oscuridad,
los oídos de la mujer aún sentían
la vibración de la música de ayer.
Sola entre el nuevo paisaje,
ya no percibía el pasar de Tiempo,
no reconocía la madurez de las frutas
en una tierra tan extraña.
Eclipse, desde su marcha La Fuerte,
la que al llegar tapó la luz,
se sentía débil e indefensa,
La de las Grandes Alas lloraba.
Las estrellas en ellas atrapadas
hacían recordar a la pequeña.
Lloraba las imágenes proyectadas
en la pantalla de plumas luminosas.
Las mismas plumas que unas horas antes
concentraban toda su capacidad
en robar calor al sol
que regentaba su destino.
“¿Es Eclipse la que derrama la vida
sobre esta tierra aún estéril?
De tu agua nacerá la primera flor
y de ella, la primera primavera.”
Una voz cálida se podía ver
y las notas que la representaban
caían a la arena junto al agua de Eclipse
abonando un pequeño brote amarillo.
La de las Grandes Alas
percibió estas palabras
a través del olor a azufre
que movía el aire nuevo.
“¿Es Volcán el que me regala su aliento
en esta noche triste que provoqué?
De esta pequeña erupción
será el calor que me permita seguir.”
Volcán, Guardián de todo lo que ha de morir,
conoció así a Eclipse,
Cuidadora de todo lo que ha de nacer,
antes de la vuelta de la luz.
Decidieron encontrarse.
“Respirar es algo nuevo para mí
vengo de una libertad sin aire
de un vacío repleto de horizonte
y entonces no entendía el porqué de mis pulmones.
Vengo de un espacio sin interferencias
de una oscuridad repleta de energía
y en mi viaje las estrellas encendidas
me reconocían y abrían paso”.
Así cantaba La Grande
y caminaba con impaciencia,
y respiraba con ansiedad,
y el deseo recorría sus alas.
“Siento un agua que se enfría
a causa del tiempo,
a causa del principio,
de las cosas que aquí existen.
Mi pecho se enfría esperando
la mano del que no se define
por una decisión tomada
a través de lo visible.”
Eclipse sentía esta nueva naturaleza,
que comenzaba a impregnarla.
Era Volcán que componía
la música complicada del amor.
“En este mundo de Pensamiento,
Eclipse encontrará debilidad.
No conoces que es un mundo sensible
y tu piel comienza a ablandarse.
Siente el tacto para hacerlo familiar,
nada existe aquí fuera del sentido
y nacerán dioses y diosas
para darle razón con palabras”.

sábado, 9 de enero de 2016

PRIMER LIBRO DE ECLIPSE. TERCERA TRANSICIÓN.

Play: Sarah Vaughan. Fly me to the moon


LA MADRE

“Primera estación, Origen”
la gente bajaba y subía.
El tren, siempre repleto,
no tenía compasión por Tiempo
que quedaba atrás sin protestar.

La madre lloraba una única lágrima
por cada estación Origen,
una única lágrima
por cada estación después de Origen,
una lágrima de recuerdo.

Una lágrima por el hombre que hería,
por el hombre que ya no la recordaba,
que ignoraba las estaciones Origen
en las que ella le había hecho feliz,
en las que había compartido el mundo.

Sólo una lágrima cada vez
para no ser vulnerable,
para no ofender,
para no herir.
Después del agua, todo era igual.

La madre vio nacer la tierra,
sintió el dolor de los volcanes,
la humedad de las tormentas,
tuvo en sus manos retorcidas
el corazón de todo lo que nace,
y, a pesar de su poder, eligió la humildad,
le dio nombre en el día de su sometimiento.

Y, ahora, el hombre,
sólo tenía más dolor para ella.
¿Y si la madre no es más que madre
ahora y hasta el fin?
¡Nunca!

Porque la madre ama
más allá de su nombre,
ama al hombre, al niño,
al árbol, al fruto,
a sus hijas que son madre.

¡Imposible!
¿Quién se hizo esa pregunta?
Alguien que nunca amó como madre,
el hombre quizá,
que ahora mira a la madre
y la desfigura poniendo tras ella
un papel de ficción indiscutible.

¡Y tantas cosas imposibles existen!
Y la madre nos permite imaginarlas.
La madre no puede ser sólo hembra,
sólo hermana, sólo esposa,
sólo madre para todos, hombres, hermanos y maridos.

La madre es mil mujeres creadoras,
es mil personas, mil niñas,
mil flores y mil frutas,
mil criaturas creadas
para ofrecer algo al mundo.

Y el hombre que ahora
reparte su dolor como un héroe
debió aprender a ser padre
como la madre sabe,

como sabe tantas cosas, sin esfuerzo.

EL TÍTULO SON SUS MANOS. Escrito para mi padre.

Play: Gilbert O'Sullivan. What's in a kiss.



Cómo explicar lo igual de nuestras manos.
Sus manos de obrero,
capaces, poderosas, científicas,
ilimitadas en su tiempo
para ocupar los límites del mío
y por este su cerebro necesita más.

Manos de cien crisis,
manos de economía real,
de supervivencia,
de cerebro creador,
de sustitución.

El día uno, malgasta ganas,
el día dos, su cerebro necesita más.
Día tres, cinco de la mañana,
no hay fuerzas para la resistencia.
Y el séptimo, ¡no existió!

Una madrugada hiperactiva,
otra crisis sin contrato,
otro empezar esperando que acabe,
otro lanzarme hacia arriba,
sin mi risa su cerebro necesita más.

¿Cuánto dura el día?
Veinticuatro horas,
de cinco de la mañana a diez de la noche.
¿Cuánto la vida?
Sólo diez minutos que estoy contigo.

Mi cerebro en tránsito
sintió por ello codicia de padre,
sintió necesidad de más padre,
quiso más presencia de padre,
¡más vida para mi padre!

Así explico lo igual de nuestras manos,
así que el título sea sus manos.
Así que mis manos imitadoras
admiren las suyas de cerebro creador
que por su tiempo, necesiten más.

Así explico lo igual de nuestras manos,
así que sus manos sean el título.
Así que el día uno, necesito más,
que tengo manos de cerebro creador,

por su tiempo, necesitan más.

jueves, 7 de enero de 2016

TIEMPO DE GÁRGOLAS




La autora llegó a casa, leyó un panfleto que había cogido del buzón, lo dejó a un lado y distrajo su mente con otras divagaciones…

Si no fuera por el juego del aire entre sus plumas, que se deleitaba haciendo cabriolas y remolinos para escapar de aquella red, Lucía habría pensado que sus alas eran de mosca. Estaba inquieta, excitada. Sentía esa paz infantil que precede a los acontecimientos en que los adultos temen perder la compostura. Después de meses sin ver al dragón se sentía entumecida y, al mismo tiempo, la cercanía de su regreso le agitaba la sangre y notaba ruborizarse todo su cuerpo.

En su cabeza él había sido todo este tiempo un juguete moldeable. Había jugado a reconstruir en su fantasía el tacto de su piel rugosa, cortante, infalible contra la suya. 

También recordaba el olor de su nuca, del que se sentía casi propietaria, y sus alas se aflojaban pensando en los besos en las comisuras de las fauces de su monstruo, y aquel leve escalofrío cuando rozaba su mejilla con la lija de su barba que, aunque escasa, penetraba en su piel como un masaje, mezclando tacto y aroma.


A veces los recuerdos llegaban todos juntos, sus manos, su lengua larga y caliente, las escamas cortantes, la dureza y la blandura, su cuello de piedra, las piernas largas, inamovibles, tan graves que a veces dudaba de su propia capacidad para hacerle sucumbir y caer junto ella en el lecho.  Llegado este punto, se hacía necesario para Eclipse huir. Se sumergía en grutas cálidas y jugaba con las cascadas que, con su caída violenta, conseguían aplacar la nostalgia. Extendía las alas y dejaba que el agua recorriera el camino necesario para no tener que usar sus propias manos, cerraba los ojos y completaba las sensaciones imaginando la cara del lagarto recorriendo su cuerpo, respirando entre sus pechos como lo hacen los dragones, aplicando sus manos a la cintura como para labrar la piel y esculpir otra bestia que ya no debía ser ella, sino un ser más ligero si cabe, quizá aire para invadir los pulmones de la gárgola. Y el agua, inconsciente de su papel de sustituto, completaba su misión satisfactoriamente.


Según se acercaba Arlanzón, aquel gigante de aspecto furioso, su monstruo blando y jugoso que se dejaba comer, caliente y fragante, el sudor de Eclipse reaccionaba con la energía emanada del meteoro de su cabeza haciendo que su cuerpo, cada vez más pequeño e inestable se pusiera duro. Emocionada hasta el colapso, retorcía sus manos y mordía sus labios, en parte por volver a sentir la sangre más allá de su entrepierna, en parte por inseguridad. Lucía ya no podía confiar en sus ojos, las alas se desplegaban tensando el tórax y el abdomen, entonces el aire entraba más nítido, provocando un leve mareo parecido a la ansiedad. 


Sin apreciarlo, sus pies se separaban del suelo de forma que, cuando el dragón apenas se encontraba a unos centímetros, la agarró por la cintura y la bajó como sólo él podría, porque no era fácil oponerse a las alas de Eclipse. Según sucedía su descenso, se amarró con los brazos a la frente del dragón y este, favorecido por el empuje del viento contra el fuselaje de plumas, sólo necesitó tres saltos para perderse con ella en las cornisas de la ciudad.


La autora, tras agotar su inspiración, quedó exhausta y dubitativa ¿sería oportuno escribir esto? ¿Debería dejarlo morir, como la propia sensación de echar de menos a su bestia, por salud mental? ¿Debería sustituir esta creación por otra nueva, más pacífica?

viernes, 1 de enero de 2016

PRIMER LIBRO DE ECLIPSE. SEGUNDA TRANSICIÓN




Eclipse debe emocionarse.
Así comenzaba la escena
de las voces estelares que,
en la esencia de los días,
planeaban el destino.

La niña aún no tenía alas.
Ni el paso torpe de una estrella,
ni el crecimiento ágil de los astros
ni el cortar ecuatoriales frescas
era una revelación para ella.

Nació y ahora
veía el pasar
de sus mentores
ajeno y frío,
sin emoción.

Pero Eclipse debía soñar para matar el destino.

Una asamblea primordial,
una reunión fundamental:
Pensamiento,
          Imaginación,
                      Tiempo,
                             Perspectiva,
                                        Decisión,
y la última madre:
Creatividad.

Asamblea acertada,
de existencia indiscutible,
celebrada.

Otorgaron a Eclipse
el cuidado de un escudo
apoyo de estandarte físico.

La de las Grandes Alas, era ya.
Y Eclipse lloró ante aquel emerger.

Grandes alas color infinito
tras el primer reguero de sangre,
condición que impuso Tiempo.

Grandes alas negro cósmico
tras su primer grito rocoso,
término de Perspectiva.

Gran bóveda de su intimidad
tras  el primer planeta suicida,
premisa de Decisión.

Tras el primer estado de invención,
regalo de Imaginación,
que creía que no todo se paga.

Unas grandes alas de brillo estelar
tras la primera responsabilidad,
que se escapó de Pensamiento.

Y de la última madre
fue la idea y la materia.

Uno, dos, tres, cuatro...
A Eclipse le creció la frente,
Eclipse vio crecer su cuerpo
y su edad se hizo infinita.

Era momento de revelar su misión.

Fue momento de iniciar su viaje:
una contracción podía sentirse
en las entrañas del universo,
un dolor primordial de surgimiento.

La de las Grandes Alas tuvo que partir.

No hubo lágrimas cuando los inventores la vieron alejarse,
sus edades infinitas se acababan,
la estirpe de Eclipse moriría con ella.

Los inventores dejaron su existencia
para fundirse al prodigioso destino
de la poderosa nueva criatura.