Así se mantuvo su pulso durante unos minutos intensos hasta que el dolor en la muñeca era tan fuerte que perdió el hilo del pensamiento y el desarrollo quedó interrumpido.
Unos segundos de descanso y reflexión, y pudo continuar con aquel ejercicio que, visto desde fuera, parecía muy sencillo, pero que pocos entendían en todo su significado. Sólo necesitaba escribir.
En ocasiones sólo era capaz de aliviar sus nervios llenando páginas enteras de "nada", "nada", "nada". Pero ahora era algo, y no "algo" sin más, sino argumentos, palabras diferentes que formaban oraciones, sujetos, verbos, que quizá podían entretener a otros.
La mano volvió a fallarle. Paró otro minuto que aprovechó para hacer recopilación de ideas: "a ver, la mujer está en el metro, parece una autómata, y un enano mágico intenta convencerla para que se tire a las vías donde encontrará acceso a un mundo nuevo en el que puede volar... Bien, ahora el final."
Pero la mano no parecía querer continuar aquel ritmo. El cerebro dejó de convencerla de que aquel trabajo era vital
"Al final... ¿Se tira? No. Yo no lo haría ni siquiera en los días de enajenación. No se tira, no existen argumentos en su vacío, como mucho hay instinto..."
Entonces, escribió unas pocas palabras más y un punto final rotundo, apocalíptico, un punto mortal para el relato antes de cerrar el cuaderno y empezar a pensar en otras ficciones.