Conocieron en un
tiempo los humanos biógrafos estelares.
En tiempos
renegaron de ellos.
En tiempos se
entregaron a sus especulaciones con fe universal.
En tiempos las
llamas consumieron sus cuerpos.
En tiempos sus
fantasías fueron realidad indiscutible.
La historia de
Eclipse no requiere fe, sólo imaginación.
El mundo de
Eclipse lo describe la naturaleza terrestre. Se ve en el reguero de hormigas, en
la impronta solar, en el agua contagiosa, en las células creativas, en el aire
contundente, en los pulmones que le dan la forma.
Soy biógrafa
estelar de un hecho vital y fantástico para poner en el cuerpo de los humanos
la realidad de su origen mental, una verdad constante en la que no se fijan.
Porque una
explosión histórica, como la cumbre de diez mil cuentos, fue el nacimiento de
Eclipse.
En ese momento
un dios creó todas las letras y las palabras que se alojaron con el tiempo en
mi vocabulario para hacer honor a su vida.
En ese momento
comenzó la épica y quedó obsoleta al instante, con su primera carta.
En ese momento la verdad se quedó
pequeña, porque Eclipse estaba hecha del poder de la lógica y sus grandes alas
contenían la luz de las estrellas confundidas en las constelaciones.
Las galaxias de Eclipse eran aún
minúsculas cuando se le otorgó su propio destino.
Eclipse, cuidadora de planetas,
matrona de astros por nacer, amamantará al futuro en el momento histórico de la
muerte del destino.