La lectura de la gárgola suele ser variada. Es fácil de entretener porque normalmente deja las preocupaciones en la punta de las plumas y, con el primer vuelo de la mañana se esfuman. ¿Os imagináis el dolor del animal si uno de esos trastornos del transcurrir del tiempo se le agarra a la raiz? O si, por un descuido del ánimo se le llegara a petrificar una de esas espinas... Su cerebro no es tan elástico y gelatinoso como el nuestro, no es tan fácil de liberar.
Play: Toy Soldiers. Martika.
Comencé el retrato de la Señora
Camarasa a eso de las once de la mañana, justo cuando el sol entra más pleno
por los cristales. La piel de Victoria se veía brillar con ese reflejo directo
sobre el plástico rosado de su rostro. Mi estudio tiene unos ventanales
imponentes. Está situado en la cara sureste de la mansión, según entras por la
puerta principal en la puerta de la izquierda, si vienes algún día por allí,
búscame, no tiene pérdida. Para un pintor click es fundamental captar todos los
colores, su intensidad, todo lo sintético.
Recuerdo que aquel día, la
hermosa Victoria Camarasa había traído a las poses un vestido azul largo con
algunos encajes blancos pintados alrededor del cuello. Se había colocado para
la ocasión el pelo negro, una melenita un poco rizada sobre las orejas. Pensé
que esa ligera ondulación resultaba encantadora en un click de su edad.
De repente, se oyó un grito al
otro lado de la puerta. No era un grito normal, así que dejé a la señora tiesa
en el diván, intentando articular la cadera para ponerse en pie y me dirigí,
con mis piernas independientes y con paso firme al gran salón que se encontraba
nada más salir de mi estudio.
Después de unos pasos
precipitados, de los que damos la generación sin rodillas cuando nos
sobresaltan, me encontré con tres de los habitantes de la mansión. Los tres
parecían más rígidos que de costumbre, mirando al suelo junto al sofá que se
encontraba justo en medio de la habitación. El señor Estraza, el vaquero, ya se
había quitado el sombrero cuando yo entré. También había dejado caer de lado a
su ternero cuando dejó suelta la soga que lo sostenía.
Reconocí al instante aquellas
gafas negras, pintadas alrededor de
sus ojos, y su pequeña sonrisa que
apenas dibujaba un minúsculo arco bajo las gafas. Pero ¿qué había sido
del cuerpo de don Isidro, con su casaca de cartero recién repintada?
Inmediatamente organizamos una
partida de búsqueda. La señorita Prim, el click más joven y la adquisición más
nueva de la mansión, se puso a la cabeza de la investigación. Aquello era obvio
al instante, se trataba de una click exploradora de última generación, sus
manos y pies articulados eran admirables, un gran partido, sin duda.
Su primera instrucción fue la de
que la siguiéramos sin crear gran revuelo y, en la medida de lo posible que
anduviéramos sobre sus pasos, necesitaba que todo el escenario de la casa se
conservara tal y como estaba en ese momento.
Así lo hicimos y, nuestro primer
destino no fue otro que el pasillo que comunicaba la zona este de la casa con
el ala oeste, el de los apartamentos de los estudiantes. Mi estudio y el de la
Señorita Prim quedarían fuera de sospechas por ahora, dado que ambos habíamos
estado en ellos hasta oir los gritos provenientes del salón.
Los cuatro clicks recorrimos el
pasillo sin encontrar nada interesante para la investigación. El señor Estraza
fue enviado por Prim al Baño y yo a la cocina. Como sabes, ambas habitaciones
se encuentran en medio del pasillo a la izquierda. En unos minutos registramos
cada armario y cajón en busca de piezas de Isidro, la sabuesa sospechaba que
podría haber sido completamente desmontado, esto nos decía y su tía Rosa, que
había venido a visitarla, volvía a estallar en un grito terrorífico como unos
minutos antes había hecho en el salón, al encontrar la cabeza del pobre cartero
junto al sofá.
Una vez informada la Srta. Prim
de los resultados del registro, seguimos adelante. En esta ocasión fue ella la
que tomó la iniciativa. Una por una, las tres habitaciones del norte y las tres
del sur fueron revisadas por sus propios inquilinos mientras la investigadora hacía preguntas con tono cortés del tipo ¿conoce usted a don Isidro? ¿Qué opinión tiene de él? Y a los que
parecía que tuvieran más confianza con la víctima les preguntaba ¿alguna vez le dijo que quisiera cambiar su
cuerpo o que no estuviera a gusto con él por alguna razón?
No encontramos rastro del cuerpo
del cartero por ningún lugar y los interrogatorios tampoco dieron fruto, de
modo que, como habíamos prometido en su momento, regresamos al salón con la
intención de revisar los estudios de la detective y mío. Esta vez, todos los
habitantes de la mansión quisieron cooperar y ver dónde se había hallado la
cabeza del pobre cartero al que todos apreciaban en distinta medida.
Cuando hubimos llegado, la tía
Rosa profirió un nuevo grito, pero esta vez menos espeluznante. En el gran salón,
la señora Victoria Camarasa tomaba un té tranquilamente con la cabeza de don
Isidro que había colocado cuidadosamente en un cojín sobre el sofá. El cartero
le explicaba que había pedido a su sobrino que le ayudara a hacer la entrega de
correo del día, ya que por un accidente con el perro de los Fernández, un
diablo a pilas, había tenido que llevar el traje a repintar de nuevo.
El click explicaba que, como
están las cosas con la crisis y la economía, no se sentía cómodo quedándose en
casa hasta que le hubieran arreglado el uniforme y que su sobrino, que se había
cansado de cargar con la cabeza, le había dejado en una silla de la mansión
para terminar él el reparto más ágilmente: estos chiquillos con rodillas son lo
mejor. En un momento dado, la tía Rosa debió dar un golpe a la silla sin querer
y la cabeza había caído al suelo dejando inconsciente al cartero.