Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

sábado, 15 de febrero de 2014

CRIMEN EN LA MANSIÓN CLICK

La lectura de la gárgola suele ser variada. Es fácil de entretener porque normalmente deja las preocupaciones en la punta de las plumas y, con el primer vuelo de la mañana se esfuman. ¿Os imagináis el dolor del animal si uno de esos trastornos del transcurrir del tiempo se le agarra a la raiz? O si, por un descuido del ánimo se le llegara a petrificar una de esas espinas... Su cerebro no es tan elástico y gelatinoso como el nuestro, no es tan fácil de liberar. 




Play: Toy Soldiers. Martika.


Comencé el retrato de la Señora Camarasa a eso de las once de la mañana, justo cuando el sol entra más pleno por los cristales. La piel de Victoria se veía brillar con ese reflejo directo sobre el plástico rosado de su rostro. Mi estudio tiene unos ventanales imponentes. Está situado en la cara sureste de la mansión, según entras por la puerta principal en la puerta de la izquierda, si vienes algún día por allí, búscame, no tiene pérdida. Para un pintor click es fundamental captar todos los colores, su intensidad, todo lo sintético.
Recuerdo que aquel día, la hermosa Victoria Camarasa había traído a las poses un vestido azul largo con algunos encajes blancos pintados alrededor del cuello. Se había colocado para la ocasión el pelo negro, una melenita un poco rizada sobre las orejas. Pensé que esa ligera ondulación resultaba encantadora en un click de su edad.
De repente, se oyó un grito al otro lado de la puerta. No era un grito normal, así que dejé a la señora tiesa en el diván, intentando articular la cadera para ponerse en pie y me dirigí, con mis piernas independientes y con paso firme al gran salón que se encontraba nada más salir de mi estudio. 

Después de unos pasos precipitados, de los que damos la generación sin rodillas cuando nos sobresaltan, me encontré con tres de los habitantes de la mansión. Los tres parecían más rígidos que de costumbre, mirando al suelo junto al sofá que se encontraba justo en medio de la habitación. El señor Estraza, el vaquero, ya se había quitado el sombrero cuando yo entré. También había dejado caer de lado a su ternero cuando dejó suelta la soga que lo sostenía.
Reconocí al instante aquellas gafas  negras, pintadas alrededor de sus  ojos, y su pequeña sonrisa que apenas dibujaba un minúsculo arco bajo las gafas. Pero ¿qué había sido del cuerpo de don Isidro, con su casaca de cartero recién repintada?
Inmediatamente organizamos una partida de búsqueda. La señorita Prim, el click más joven y la adquisición más nueva de la mansión, se puso a la cabeza de la investigación. Aquello era obvio al instante, se trataba de una click exploradora de última generación, sus manos y pies articulados eran admirables, un gran partido, sin duda.
Su primera instrucción fue la de que la siguiéramos sin crear gran revuelo y, en la medida de lo posible que anduviéramos sobre sus pasos, necesitaba que todo el escenario de la casa se conservara tal y como estaba en ese momento.
Así lo hicimos y, nuestro primer destino no fue otro que el pasillo que comunicaba la zona este de la casa con el ala oeste, el de los apartamentos de los estudiantes. Mi estudio y el de la Señorita Prim quedarían fuera de sospechas por ahora, dado que ambos habíamos estado en ellos hasta oir los gritos provenientes del salón.
Los cuatro clicks recorrimos el pasillo sin encontrar nada interesante para la investigación. El señor Estraza fue enviado por Prim al Baño y yo a la cocina. Como sabes, ambas habitaciones se encuentran en medio del pasillo a la izquierda. En unos minutos registramos cada armario y cajón en busca de piezas de Isidro, la sabuesa sospechaba que podría haber sido completamente desmontado, esto nos decía y su tía Rosa, que había venido a visitarla, volvía a estallar en un grito terrorífico como unos minutos antes había hecho en el salón, al encontrar la cabeza del pobre cartero junto al sofá.
Una vez informada la Srta. Prim de los resultados del registro, seguimos adelante. En esta ocasión fue ella la que tomó la iniciativa. Una por una, las tres habitaciones del norte y las tres del sur fueron revisadas por sus propios inquilinos mientras la investigadora hacía preguntas con tono cortés del tipo ¿conoce usted a don Isidro? ¿Qué opinión tiene de él? Y a los que parecía que tuvieran más confianza con la víctima les preguntaba ¿alguna vez le dijo que quisiera cambiar su cuerpo o que no estuviera a gusto con él por alguna razón?
No encontramos rastro del cuerpo del cartero por ningún lugar y los interrogatorios tampoco dieron fruto, de modo que, como habíamos prometido en su momento, regresamos al salón con la intención de revisar los estudios de la detective y mío. Esta vez, todos los habitantes de la mansión quisieron cooperar y ver dónde se había hallado la cabeza del pobre cartero al que todos apreciaban en distinta medida.
Cuando hubimos llegado, la tía Rosa profirió un nuevo grito, pero esta vez menos espeluznante. En el gran salón, la señora Victoria Camarasa tomaba un té tranquilamente con la cabeza de don Isidro que había colocado cuidadosamente en un cojín sobre el sofá. El cartero le explicaba que había pedido a su sobrino que le ayudara a hacer la entrega de correo del día, ya que por un accidente con el perro de los Fernández, un diablo a pilas, había tenido que llevar el traje a repintar de nuevo.

El click explicaba que, como están las cosas con la crisis y la economía, no se sentía cómodo quedándose en casa hasta que le hubieran arreglado el uniforme y que su sobrino, que se había cansado de cargar con la cabeza, le había dejado en una silla de la mansión para terminar él el reparto más ágilmente: estos chiquillos con rodillas son lo mejor. En un momento dado, la tía Rosa debió dar un golpe a la silla sin querer y la cabeza había caído al suelo dejando inconsciente al cartero.