Play: King of the road. Dean Martin
El rey de la calle lo llamaban, Arlanzón,
Perro Sarnoso, el furioso dragón del tejado caminaba como si aún se deslizara
entre las llamas góticas de la catedral.
Mientras se perdía por la ciudad
recordaba su bitácora de capitán canalla, escrita en letras rojas:
“Día 21 de mayo de 2084, el
viento es incoloro y huele a mar, mañana aterrizamos en la costa de Normandía
donde nos espera ella. No le gusta la humedad en las plumas, pero la misión es
importante.”
Esa noche ella se fue a la cama
escuchando Bossa Nova, con el corazón ligero y el cerebro flotando como la
aguja en la brújula, de hecho, señalaba el norte por puro instinto, ya no sentía
tierra bajo sus pies. Todo el día había estado volando y, por la mañana, le
esperaba el reencuentro con la bestia, que le enseñó a estirar las alas y
sentirse confortable en el vacío.
_ Esa gota minúscula contiene
todas las combinaciones posibles de todas las fórmulas físicas sobre procesos
afectados por el tiempo_ le informaron por radio antes de salir. Buscaban una gota que echar en un vaso de agua
para, junto con dos que ya llevaba Lucía encima, crear una célula predictiva
¿se imagina?
Las de Lucía, contenían todos
los acontecimientos históricos del planeta, con cada uno de los hechos de cada
día, desde sucesos como el ascenso al poder de Hitler en 1933, hasta la
injusticia que sintió Gema Moreno en 1986. Todo podía ser importante, como
postuló Asimov a través de Hari Seldon, o como decían algunos leguleyos de
siglos anteriores “la causa de la causa es la causa del mal causado” y, aunque
no tenía razón práctica, ¿acaso no suena realista?
Se esperaba que fusionando las
tres gotas, matemáticas y hechos empíricos del pasado humano, y propiciando
químicamente el surgimiento de una sustancia viable, se pudiera obtener cadenas
de ADN espontáneas que traducir al código binario común. ¡Esa información
podría servir para predecir científicamente el futuro!
En fin, la gota que buscaban
debía tener un aspecto peculiar, o eso esperaba El Perro, si no, qué sentido
tendría aquella misión. Sólo había que ver todos los fluidos que había en el
planeta, en cada río, lago, océanos o lágrimas. Debía ser peculiar, si no, sólo
cabía el fracaso.
Lo más difícil fue empezar.
Lucía tenía las alas en forma, pero tampoco era un superhéroe de esos que
pueden leer el pensamiento de la humanidad y localizar al ser que tuviera la
idea que necesitaban. Arlanzón, sin embargo, sí tenía un olfato extraordinario,
así que se le ocurrió que debían alejarse del mar y esperar que lloviera, si
olía una gota distinta, tendrían alguna pista para empezar.
Desde que inventaron la forma de
insertar información en secuencias biológicas y dejaron a esas sustancias
contenedoras fluir naturalmente para uso de la humanidad de todos los tiempos,
todo era tan aleatorio e impredecible como la propia fantasía. El Rey de la
calle se puso en marcha. Con su lengua bífida paladeó el ambiente y determinó
que la lluvia más próxima y alejada del mar, estaba a 2 días corriendo a cuatro
patas. Viajarían al sur hasta encontrarse en un punto a igual distancia del
país de Galileo, el de Newton y los premios Nobel a la vez, algo propicio.
Así fue como Lucía y su
compañero se pusieron en camino alejándose del molesto salitre que le entumecía
las alas. En tierra era torpe, siempre golpeándose con todo y perdiendo las
cosas entre las manos, pero en vuelo, vencía las tormentas como si fueran
simples brisas en una primavera normal. Era como una bailarina sobre hielo.
Dos días más tarde se encontraron
en un campo abierto repleto de manzanos. El Perro dijo a Lucía:
_ Hemos llegado tarde, querida_
el lagarto sonrió al vacío mostrando sus dientes pastosos y amarillos.
_ Quizá no, cielito. Esa gota
debe estar en alguna de estas manzanas tan jugosas.
Lucía acarició la frente
escamosa de la gárgola mientras aterrizaba con una parsimonia que irritaría a
cualquier lector con curiosidad por el final de esta historia.
Al contacto de la mano de ella
el viejo dragón aflojó todos los músculos de su enorme cuerpo y se quedó
paralizado, con los ojos cerrados como un lagarto tomando el sol.
_ Vamos, cariño, demos un paseo
entre los árboles_ le dijo ella_ Tengo hambre y estas manzanas parecen maduras.
Durante el paseo, Lucía y
Arlanzón recordaron historias antiguas. Llevaban juntos más de cincuenta años
ya.
Recordaron la lluvia que hizo
brotar las alas de ella, su bautismo de gárgola en la azotea de su casa de
Aranjuez. Ella confesó, como otras veces, que siempre había sentido que le
faltaba algo. Desde entonces, sólo el viejo dragón la llamaba Lucía, nombre
humano de la luz, pero ella se hacía llamar Eclipse, porque la luz la había
cegado en su vida anterior y sus enormes alas negras taparon la luz del mediodía
muchas veces cuando volaba.
El dragón no dejaba de oler el
aire con su lengua mientras Lucía comía sólo las manzanas no sospechosas de
contener la gota. Una vez saciada, el calor de su cuerpo se concentró en su
estómago y quiso descansar. Durmieron uno junto al otro a la sombra de uno de
los arbolitos. Eclipse soñaba con manzanas rojas cuando Arlanzón olió una pequeña
gota prendida en una de las plumas de su amiga, le había caído de una rama.
El Rey de la calle llegó a la
puerta del bar donde solía tomar su café de la tarde. Leería un periódico
digital en el que buscaría las crónicas más actuales de su amiga con alas. En la
cabecera de la sección de ciencias decía:
“De
nuevo, se ha perdido el sol de mediodía, esta vez en la ciudad de Srebrenica”.
Era 11 de julio de 2095. Arlanzón pensó que ahora la ciudad veía mejor.