Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

jueves, 21 de febrero de 2013

ROCK DEL AUTOBÚS


Play: You sexy thing. Hot chocolate


You sexy thing, y por eso creo en los milagros.
¿Qué más puedo decir? Hoy la vida me supera.
Te pones nervioso, pero sólo miras mi reflejo
aún no has visto mis alas abiertas.
Quisiera quitarme una pluma del costado para escribir esto.
Me calientas la sangre, nene,
así que debo creer en los milagros.
Miras mi reflejo y te pones nervioso,
esto suena a sexy thing y a milagro
y a termómetro hábil y a primavera fría.
Querría cerrar los ojos,
pero tu tensión me inquieta, nene,
como el rock, because I believe in miracles
y en trompetas las noches de luna llena
y en serenatas con olor a flores húmedas.

domingo, 10 de febrero de 2013

ENTREMÉS DE GÁRGOLAS


Play: King of the road. Dean Martin


El rey de la calle lo llamaban, Arlanzón, Perro Sarnoso, el furioso dragón del tejado caminaba como si aún se deslizara entre las llamas góticas de la catedral.
Mientras se perdía por la ciudad recordaba su bitácora de capitán canalla, escrita en letras rojas:
“Día 21 de mayo de 2084, el viento es incoloro y huele a mar, mañana aterrizamos en la costa de Normandía donde nos espera ella. No le gusta la humedad en las plumas, pero la misión es importante.”
Esa noche ella se fue a la cama escuchando Bossa Nova, con el corazón ligero y el cerebro flotando como la aguja en la brújula, de hecho, señalaba el norte por puro instinto, ya no sentía tierra bajo sus pies. Todo el día había estado volando y, por la mañana, le esperaba el reencuentro con la bestia, que le enseñó a estirar las alas y sentirse confortable en el vacío.
_ Esa gota minúscula contiene todas las combinaciones posibles de todas las fórmulas físicas sobre procesos afectados por el tiempo_ le informaron por radio antes de salir.  Buscaban una gota que echar en un vaso de agua para, junto con dos que ya llevaba Lucía encima, crear una célula predictiva ¿se imagina?
Las de Lucía, contenían todos los acontecimientos históricos del planeta, con cada uno de los hechos de cada día, desde sucesos como el ascenso al poder de Hitler en 1933, hasta la injusticia que sintió Gema Moreno en 1986. Todo podía ser importante, como postuló Asimov a través de Hari Seldon, o como decían algunos leguleyos de siglos anteriores “la causa de la causa es la causa del mal causado” y, aunque no tenía razón práctica, ¿acaso no suena realista?
Se esperaba que fusionando las tres gotas, matemáticas y hechos empíricos del pasado humano, y propiciando químicamente el surgimiento de una sustancia viable, se pudiera obtener cadenas de ADN espontáneas que traducir al código binario común. ¡Esa información podría servir para predecir científicamente  el futuro!

En fin, la gota que buscaban debía tener un aspecto peculiar, o eso esperaba El Perro, si no, qué sentido tendría aquella misión. Sólo había que ver todos los fluidos que había en el planeta, en cada río, lago, océanos o lágrimas. Debía ser peculiar, si no, sólo cabía el fracaso.
Lo más difícil fue empezar. Lucía tenía las alas en forma, pero tampoco era un superhéroe de esos que pueden leer el pensamiento de la humanidad y localizar al ser que tuviera la idea que necesitaban. Arlanzón, sin embargo, sí tenía un olfato extraordinario, así que se le ocurrió que debían alejarse del mar y esperar que lloviera, si olía una gota distinta, tendrían alguna pista para empezar.
Desde que inventaron la forma de insertar información en secuencias biológicas y dejaron a esas sustancias contenedoras fluir naturalmente para uso de la humanidad de todos los tiempos, todo era tan aleatorio e impredecible como la propia fantasía. El Rey de la calle se puso en marcha. Con su lengua bífida paladeó el ambiente y determinó que la lluvia más próxima y alejada del mar, estaba a 2 días corriendo a cuatro patas. Viajarían al sur hasta encontrarse en un punto a igual distancia del país de Galileo, el de Newton y los premios Nobel a la vez, algo propicio.
Así fue como Lucía y su compañero se pusieron en camino alejándose del molesto salitre que le entumecía las alas. En tierra era torpe, siempre golpeándose con todo y perdiendo las cosas entre las manos, pero en vuelo, vencía las tormentas como si fueran simples brisas en una primavera normal. Era como una bailarina sobre hielo.

Dos días más tarde se encontraron en un campo abierto repleto de manzanos. El Perro dijo a Lucía:
_ Hemos llegado tarde, querida_ el lagarto sonrió al vacío mostrando sus dientes pastosos y amarillos.
_ Quizá no, cielito. Esa gota debe estar en alguna de estas manzanas tan jugosas.

Lucía acarició la frente escamosa de la gárgola mientras aterrizaba con una parsimonia que irritaría a cualquier lector con curiosidad por el final de esta historia.
Al contacto de la mano de ella el viejo dragón aflojó todos los músculos de su enorme cuerpo y se quedó paralizado, con los ojos cerrados como un lagarto tomando el sol.
_ Vamos, cariño, demos un paseo entre los árboles_ le dijo ella_ Tengo hambre y estas manzanas parecen maduras.

Durante el paseo, Lucía y Arlanzón recordaron historias antiguas. Llevaban juntos más de cincuenta años ya.
Recordaron la lluvia que hizo brotar las alas de ella, su bautismo de gárgola en la azotea de su casa de Aranjuez. Ella confesó, como otras veces, que siempre había sentido que le faltaba algo. Desde entonces, sólo el viejo dragón la llamaba Lucía, nombre humano de la luz, pero ella se hacía llamar Eclipse, porque la luz la había cegado en su vida anterior y sus enormes alas negras taparon la luz del mediodía muchas veces cuando volaba.

El dragón no dejaba de oler el aire con su lengua mientras Lucía comía sólo las manzanas no sospechosas de contener la gota. Una vez saciada, el calor de su cuerpo se concentró en su estómago y quiso descansar. Durmieron uno junto al otro a la sombra de uno de los arbolitos. Eclipse soñaba con manzanas rojas cuando Arlanzón olió una pequeña gota prendida en una de las plumas de su amiga, le había caído de una rama.

El Rey de la calle llegó a la puerta del bar donde solía tomar su café de la tarde. Leería un periódico digital en el que buscaría las crónicas más actuales de su amiga con alas. En la cabecera de la sección de ciencias decía:
    “De nuevo, se ha perdido el sol de mediodía, esta vez en la ciudad de Srebrenica”. Era 11 de julio de 2095. Arlanzón pensó que ahora la ciudad veía mejor.