Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

martes, 12 de noviembre de 2013

CUENTO DE GÁRGOLAS V. UNA AVENTURA POR ENTREGAS. PARTE 2

Un flujo supersónico que encuentra un obstáculo, se somete a una doble transición. Primero forma un choque de paro, en la que el fluido abruptante se desacelera a una velocidad menor que la del sonido, mientras que su densidad se incrementa…

Play: Space oddity. David Bowie. (No he podido resistirme)


Para el guardia sólo era una simple mujer, pero muy alta. Así se presentó la gárgola en la estación espacial de Dubái, vestido con un burka.

Cuando entró en las instalaciones, finalmente se despojó de aquella manta zamorana de color negro que, como poco, le había proporcionado un final de viaje sin contratiempos. Con su parsimonia habitual, se fue despojando de tanta tela.

Primero la cara. Tras el antifaz se dejó ver un rostro de lagarto salvaje con babas espesas y elásticas que olían a podrido y se enredaban al rededor de unos colmillos enormes.

Después el resto de la cabeza pelona y un cuello musculoso como una columna salomónica llena de escamas del color gris del meteorito con que se esculpió.

Para cuando el lagarto se desenrolló la túnica, un corro de científicos en éxtasis se había ya formado a su alrededor. Todos deseaban saber más de aquel semihombre que había salido de lo alto de la bóveda de la catedral de Burgos y ahora iba a ser enviado al rescate del Voyager II, al otro lado de la heliosfera.

RETRATO 2

Su viaje a París no fue precisamente romántico, pero no podía pedir más después de todo. Román, con su sonrisa perfecta, le prometió fama y fortuna. Ella sabía que en su pueblo todas las chicas eran más guapas. Por ejemplo Olga, que tenía las caderas anchas y la cara redonda. Estaba preciosa el día que le presentó a su novio español, el que le pagó la universidad.

Esto lo pesaba ahora que con tanto tiempo libre para recordar y analizar los errores de aquélla época, era capaz de ver que no hubo nada de afortunado en aquel viaje. Y mirando la postal que guardaba en la mesilla junto con su ropa interior de algodón penitenciario, dudaba. Quizá el inicio de todo fue el día en que comenzó a odiar a su madre en secreto.

Tenía ocho años y llevaban meses preparándola para la ceremonia. Su madre y sus abuelos estaban tan orgullosos de ella... Todos le recordaban lo importante que era, era su día, aquel por el que pasaban todas las mujeres que respetan la tradición. Recordaba esto y volvía a compararse con Olga, sus padres no consintieron lo que le hicieron a ella.

El día esperado, la metieron en una habitación abarrotada. Todo era agobiante. Las mujeres de la familia sujetaban sus piernas abiertas demasiado fuerte, le hacían daño. Una vieja sucia se acercó con la cuchilla negra. Todo apestaba hasta que se desmayó entre lágrimas. Recuerda haber gritado el nombre de Olga y después murió por un tiempo precioso, así, sólo porque no pudo impedirlo.

En la cárcel pensaba que, de haber podido elegir, habría matado a su madre y no a aquel que la engañó y la llevó a otro país a padecer dolor a cambio de dinero…

Y después del dolor y la venganza, este olor a desinfectante químico en la celda que al cabo de los días, se volvía rancio y le recordaba al de aquella habitación sangrienta.


Cuando no soportaba más los recuerdos y el aroma pestilente, se relajaba pensando en si hubiera podido elegir… Luego tomaba una barra de cacao del bolsillo y se impregnaba los labios para matar el olor, o se daba una ducha de agua fría buscando una solución para esos sentimientos, dejándoles un espacio en su mente para la eternidad de su condena.

RETRATO 1

Se llamaba Andrés y vivía en Móstoles. Su rareza consistía en aparentar un típico joven americanizado al estilo de las series de televisión. No parecía tener más responsabilidades en la vida que parecer bello e invulnerable, un poco patoso, gracioso y heroico, más inteligente que nadie y cuidadamente sensible. Se diría que ensayaba ante el espejo cada mañana el trozo de rol que mostraría ese día.

Siendo estos sus objetivos inmediatos durante sus primeras décadas, el destino le recompensó con bastante contundencia durante su mediana edad. Si miramos su futuro, dentro de treinta años encontraremos a un hombre soltero, sin hijos, mantenido por una pensión y una enfermera que le mira como si él mismo fuera su propia cuadriplejia.


Al morir dispondrá su tumba: “Así valoró en su juventud que podía con aquel coche y desperdició su vida, pero qué sonrisa más cara tuvo”.