Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

miércoles, 26 de agosto de 2015

EL CUADRO PENDIENTE





Lucía  abrió las alas y proyectó su sombra en el lienzo blanco. Sólo esperaba conseguir inspiración para trazar la primera línea que rompería aquella monotonía, como una piedra tirada al charco. Pensó unos segundos mientras veía en la tela el perfil de algunas plumas que, erizadas, dispersaban aquel contorno.

Ya otros días había probado reflejar objetos en el plástico de embalaje del bastidor, o proyectar luces de colores sobre la superficie como esperando que todas esas cosas se imprimieran solas y formaran el paisaje perfecto que ella veía cada vez.

Al cabo de unos minutos de observación, empezó a pensar que aquel lienzo, blanco y vacío, realmente ya estaba terminado. Si quería ver algo hermoso, sólo tenía que ponerse delante de aquella pantalla y esperar una nueva proyección casual. Y si quería recuperar alguna idea, sólo tenía que recrear la luz de aquel momento en que surgió y dejar que se formara como entonces.

En los siguientes días, una infinidad de anotaciones aparecían clavadas al rededor del cuadro intacto. Eran papeles de colores que empezaban a cubrir toda la pared y en los que se describía la luz de cada idea. Y así, dio por terminada la composición con una creación infinita.

jueves, 13 de agosto de 2015

HUMANICIDIO





El tren parecía dormido aquella mañana. La ola de frío que la ciudad llevaba sufriendo ya 10 días había doblegado al fin los músculos de Sofía que pasaba las noches peleando con la montaña de mantas de su cama.
Sólo unos minutos después de entrar en calor, medio adormilada por aquel ambiente del vagón, la locución anunció su parada en castellano y en inglés.

_ Próxima parada, Campo de las Naciones. Coincidente con…

Como cada día, por instinto ya, Sofía recorría los pasillos de la estación con el resto de la manada humana que se dirigía con parsimonia de lunes a sus trabajos. Y, como siempre, en el tercer recodo, abandonaba el pelotón para dirigirse al ascensor que daba acceso a las instalaciones secretas donde la Corporación Eleyo tenía sus laboratorios químicos.
¿Cómo podían aquellas habitaciones mantenerse secretas? Muy sencillo, en la puerta habían hábilmente colocado un cartel que anunciaba en letra roja mayúscula “SOLO PERSONAL AUTORIZADO”. Ese mensaje era suficiente para salvaguardar los secretos industriales de la corporación, y era suficiente porque cualquier viajero o trabajador del metro, no prestaban atención a las puertas que no estaban autorizados a abrir. Ese cartel contenía un  conjuro de inmovilidad casi perfecto, si no se está autorizado no hay más que hablar.

Cuando Sofía entró en el laboratorio aquel día todo seguía como siempre. Lo que solía echar vapor, lo echaba; lo que solía arder, ardía; lo que solía mantener un movimiento constante, lo mantenía. Y ella, que desde hacía dos meses más o menos luchaba por mantener su mente alejada de malos pensamientos volvía a darse cuenta de que su ex, quizá nunca la había querido.

El estudio del día no obstante vino a su rescate, ¡benditos objetivos a corto plazo! Para el inicio de la semana la ciencia le deparaba un curioso, inquietante y difícil de catalogar caso. ¿Qué motivaría a dos bichitos tan encantadores como aquellas pequeñas gatitas de cuatro colores a cometer aquel humanicidio tan premeditado y alevoso?
Sobre la mesa de acero brillante reposaban dos gatas peludas y brillantes, de unos 3 kilos y medio cada una, jóvenes y con mirada curiosa. A veces una emitía algún sonidito que no era maullido si quiera y que la otra contestaba como con conocimiento de lo que implicaba. Sus manchas de colores destacaban con cualquier cosa natural o artificial, así que era obvio que no hubieran sobrevivido fácilmente gracias a su camuflaje.

Según el parte policial una de las gatas saltó por la ventana interior que daba a la cocina de su dueña mientras la otra, con su pequeña patita redonda y blanca, soltaba la puerta de su tope dejando que se cerrara. La mujer, sin percatarse, quedó encerrada en la cocina mientras que la otra gata, la que se había colado por la ventana, comenzaba a juguetear con los mandos del gas. ¡Qué graciosa debía parecer esa pequeñina de ojos enormes de color aguamarina dando manotazos a los mandos hasta dejarlos todos abiertos! Seguro que alguno de esos pelitos encontrados en la encimera salió expulsado de su cuerpo cuando practicaba aquella maniobra.

A tiempo de no caer envenenada por el gas, la gata escapó por donde había entrado. Parece que al poco tiempo, un mareo hizo caer a la mujer que quedó inconsciente por un golpe en la cabeza.

Ahí acabó el día para aquella amante de los animales y aquí empezaba el día para Sofía, encargada de analizar la bioquímica cerebral de aquellas mininas traidoras.

A primera vista, la impasible mirada de los animales hacía raro pensar que pudieran ser peligrosos, sólo eran gatos y los gatos miran impasiblemente. Según el informe del psicólogo veterinario, las dejaron salir de la jaula en un entorno controlado y su comportamiento no parecía extraño. Una de las gatas, apenas un poco más gordita que la otra, en seguida se sentó en el suelo y se puso a observar con mirada ejecutiva, casi se diría que tenía cualidad pasivo-agresiva. La otra gatita, con ojos grandes y juguetones, se puso a explorar y a manipular los objetos del cuarto y, cuando se cansó, se tumbó en un cojín para dormirse en un segundo como un tronco.

Mientras las gatas caían derrotadas por los anestésicos suministrados por Sofía para llevarlas al escáner, terminó de leer el expediente.

Sujeto con una pinza roja, se guardaba copia del atestado policial con la detallada declaración de vecinos y familiares. Por alguna razón, ninguno de ellos dudaba de la culpabilidad de los felinos, aun sin tener conocimiento de los detalles del suceso, como las huellas encontradas en la encimera de la cocina, ni del hecho de que la cuña de la puerta de la cocina estuviera perfectamente guardada junto a los juguetes de los animales.

Los vecinos relataron largo y tendido sobre otros sucesos de que creían responsables a aquellos dulces y frágiles seres. Sucesos tales como dejar caer cristales al patio de la señora del bajo, una anciana ciega y sorda que apenas salía al exterior si era a sentarse y pasear por su patio.

Maullaban constantemente cerca de las ventanas, despertando al niño del piso de arriba y lo hacían incluso a través de un micrófono que accionaban cuando la dueña salía a hacer un recado dejando el ordenador encendido.

En una ocasión, dejaron caer un altavoz inalámbrico al patio y comenzaron a maullar como un niño herido. Estuvieron horas maullando y los vecinos creían que a la anciana del bajo le había pasado algo. Finalmente, llamaron a los bomberos que, para entrar en la casa, tiraron la puerta abajo mientras la anciana se disponía a abrirla, ajena a todo, para salir a pasear por el portal, que estaba más fresco. La pobre mujer resultó seriamente herida, tanto que aún necesita ayuda de dos muletas para moverse.

Por otro de los pliegos de la investigación, Sofía supo que la llamada que mantenía la dueña de las gatas en el momento del asesinato, la realizaba al hospital veterinario local. En concreto mantenía una conversación con el Dr. Alonso que declaró que la víctima consultaba sobre si los gatos eran capaces de guardar rencor a las personas. La mujer había relatado al doctor numerosos intentos de agresión cuando llevaba hombres a casa, o cuando salía por las noches con los amigos. Destrozaban el maquillaje y perdían sus joyas y sus zapatos.

La víctima temía que sus mascotas sintieran rencor por su cercana esterilización. La más mayor incluso, arañaba a la dueña cuando en la televisión se veían escenas románticas de cualquier tipo.

Sofía miró a aquellas bestiecillas ya dormidas en la jaula de barrotes de acero, cerró el expediente y se dirigió al escáner con la sensación de haber leído una novela fantástica con un final inesperado. ¿Qué iba a descubrir en aquellas cabecitas tan enternecedoras?

Tras Sofía, se cerró la puerta de plomo de la cámara del escáner y, tras unos instantes de silencio, se oyó un grito.