Play: Nothing else matters. Metallica.
_ De pequeños iban de la mano a todas
partes. Eran unos niños de apenas dos años que casi no se mantenían en pie aún
por efecto del tamaño de sus cabezas en proporción al de sus piernecitas, así
que, en cuanto cada uno salía de su casa, una frente a la otra, se agarraban de
la mano y, entonces, ya podían comenzar el camino.
Con diez años, la excusa era que, como
Ágata era más alta y corpulenta que el diminuto Pepe, ella debía asegurarse de
que él llegara sano y salvo al colegio, así que, imitando a su madre, cogía de
la mano a Pepe y no le soltaba hasta que se sentaban en sus pupitres.
Con dieciséis años, cuando todos pensaban
que pronto se soltarían y empezarían a ir cada uno por su lado, empezaron a
competir. Se pasaban el día cantando por la calle, en bajito, para no llamar la
atención de un público desconocido y que
daba miedo a los adolescentes. Por esa razón, siempre iban de la mano, debían
oírse el uno al otro todo el tiempo y mantener el ritmo y la altura del paso.
_ Bueno, pero ¿qué les hizo acabar como
han acabado?_ interrumpió el comisario Varguitas con impaciencia.
Varguitas era un tipo alto y fino, con el
aspecto normal de los obsesivos compulsivos, con la corbata siempre perfecta y
el flequillo atormentado hacia un lado de la frente.
La señorita Lulú des Charnes, vecina y
profesora de francés de Ágata y Pepe, no dejaba de mirar un espejo que había
frente a ella, a las espaldas del Comisario. La anciana recordaba sus pelos
negros y brillantes, los de verdad que antes tenía en lugar de esa peluca
demasiado gruesa para su carita vacía y arrugada.
_ Sé que hice mal en animarles sin
asegurarme antes de lo que tenían en el corazón y en la cabeza._ continuó
relatando la vieja._ Ágata era tan dulce, una niña preciosa ¿se han dado
cuenta? Y Pepe, qué gran voz, aunque tuviera ese cuerpo tan pequeño. Yo soy su
profesora de francés en el instituto y, como no atendían a las clases, siempre
canturreando y entonando… Un día les descubrí sincronizando unos diapasones en
su teléfono móvil. Estaba muy preocupada por ellos.
Cuando yo era joven, cantaba en este
local ¿saben?_ dijo dirigiéndose esta vez a los agentes Brutus y Anabí que
estaban revolviendo el lugar para encontrar las gafas de la víctima.
Anabí tenía buen instinto para
reconstruir lanzamientos y caídas de objetos, así que Brutus, grande pero ágil,
la seguía a todas partes e intentaba llegar a donde la pequeña agente no
alcanzaba.
La vieja continuó hablando.
_ Yo hablé con el dueño del local para
que les permitiera venir a cantar alguna noche, sus padres parecieron
encantados con la idea.
En sólo unas pocas actuaciones arrasaron,
empezó a venir mucho público de todas partes de Madrid a verles y oírles cantar
a los dos cogidos de la mano, aunque ellos seguían ajenos a todo. Activaban sus
malditos diapasones y comenzaban a tararear. Su música era como un canturreo,
no usaban instrumento alguno más que sus cuerdas vocales. Todos les llamaban Los autistas del rock.
_ Señora, todo eso nos lo puede contar en
comisaría delante de una cámara, es muy difícil escribirlo con buena
letra _ recriminó Varguitas.
La pequeña Anabí se rió con un cierto
desprecio y susurró a Brutus:
_ Jodido maniático ¡la vida por un renglón recto! _ rieron los dos agentes mientras
seguían levantado mesas y sillas en la sala de conciertos.
_ ¡Anabí, deja de buscar! _ gritó Brutus
orgulloso de su hazaña_ ¡lo he encontrado por fin!
_ No lo toques Brutus, necesito ver dónde
ha caído y en qué posición.
Brutus obedeció. Era un hombre simple,
pero muy noble y admiraba a su compañera casi con candor, le parecía una
especie de magia su talento sobrehumano.
_ Comisario, _ dijo la pequeña
inquisidora _ por lo que hemos averiguado hasta ahora, Pepe y Ágata se debieron
poner como locos cuando el muchacho, la víctima, saltó al escenario y les
separó las manos. Hubo un gran follón ahí arriba. En la grabación de los
móviles del público, se oyen gritos y los micrófonos y demás cosas del
escenario están destrozados. Hemos encontrado las gafas del chico espontáneo
debajo de esta mesa, debieron quitárselas entre los dos y lanzarlas juntos, por
eso ni se rompieron ni llegaron demasiado lejos, fue un movimiento torpe.
_ ¡Dios mío!_ gritó Lulú, mirando
fijamente el espejo, aterrorizada _ No dejaban de gritar a los oídos de ese
pobre chico, cada uno a un lado mientras sujetaban sus manos contra el suelo.
Todos se acercaban y les tiraban cosas para que lo soltaran, pero no se podía
estar mucho tiempo junto a ellos. ¡Esos gritos eran horribles! ¿Cuándo podré
tomar un analgésico, Comisario?
_ Pronto, señora. Vamos a llevarla a su
casa y mañana seguiremos hablando en comisaría ¿de acuerdo?