Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

domingo, 22 de diciembre de 2013

LOS AUTISTAS DEL ROCK


Play: Nothing else matters. Metallica.

_ De pequeños iban de la mano a todas partes. Eran unos niños de apenas dos años que casi no se mantenían en pie aún por efecto del tamaño de sus cabezas en proporción al de sus piernecitas, así que, en cuanto cada uno salía de su casa, una frente a la otra, se agarraban de la mano y, entonces, ya podían comenzar el camino.
Con diez años, la excusa era que, como Ágata era más alta y corpulenta que el diminuto Pepe, ella debía asegurarse de que él llegara sano y salvo al colegio, así que, imitando a su madre, cogía de la mano a Pepe y no le soltaba hasta que se sentaban en sus pupitres.
Con dieciséis años, cuando todos pensaban que pronto se soltarían y empezarían a ir cada uno por su lado, empezaron a competir. Se pasaban el día cantando por la calle, en bajito, para no llamar la atención de un  público desconocido y que daba miedo a los adolescentes. Por esa razón, siempre iban de la mano, debían oírse el uno al otro todo el tiempo y mantener el ritmo y la altura del paso.

_ Bueno, pero ¿qué les hizo acabar como han acabado?_ interrumpió el comisario Varguitas con impaciencia.

Varguitas era un tipo alto y fino, con el aspecto normal de los obsesivos compulsivos, con la corbata siempre perfecta y el flequillo atormentado hacia un lado de la frente.

La señorita Lulú des Charnes, vecina y profesora de francés de Ágata y Pepe, no dejaba de mirar un espejo que había frente a ella, a las espaldas del Comisario. La anciana recordaba sus pelos negros y brillantes, los de verdad que antes tenía en lugar de esa peluca demasiado gruesa para su carita vacía y arrugada.
_ Sé que hice mal en animarles sin asegurarme antes de lo que tenían en el corazón y en la cabeza._ continuó relatando la vieja._ Ágata era tan dulce, una niña preciosa ¿se han dado cuenta? Y Pepe, qué gran voz, aunque tuviera ese cuerpo tan pequeño. Yo soy su profesora de francés en el instituto y, como no atendían a las clases, siempre canturreando y entonando… Un día les descubrí sincronizando unos diapasones en su teléfono móvil. Estaba muy preocupada por ellos.
Cuando yo era joven, cantaba en este local ¿saben?_ dijo dirigiéndose esta vez a los agentes Brutus y Anabí que estaban revolviendo el lugar para encontrar las gafas de la víctima.

Anabí tenía buen instinto para reconstruir lanzamientos y caídas de objetos, así que Brutus, grande pero ágil, la seguía a todas partes e intentaba llegar a donde la pequeña agente no alcanzaba.

La vieja continuó hablando.
_ Yo hablé con el dueño del local para que les permitiera venir a cantar alguna noche, sus padres parecieron encantados con la idea.
En sólo unas pocas actuaciones arrasaron, empezó a venir mucho público de todas partes de Madrid a verles y oírles cantar a los dos cogidos de la mano, aunque ellos seguían ajenos a todo. Activaban sus malditos diapasones y comenzaban a tararear. Su música era como un canturreo, no usaban instrumento alguno más que sus cuerdas vocales. Todos les llamaban Los autistas del rock.

_ Señora, todo eso nos lo puede contar en comisaría delante de una cámara, es muy difícil escribirlo con buena letra _ recriminó Varguitas.

La pequeña Anabí se rió con un cierto desprecio y susurró a Brutus:
_ Jodido maniático ¡la vida por un renglón recto! _ rieron los dos agentes mientras seguían levantado mesas y sillas en la sala de conciertos.

_ ¡Anabí, deja de buscar! _ gritó Brutus orgulloso de su hazaña_ ¡lo he encontrado por fin!

_ No lo toques Brutus, necesito ver dónde ha caído y en qué posición.

Brutus obedeció. Era un hombre simple, pero muy noble y admiraba a su compañera casi con candor, le parecía una especie de magia su talento sobrehumano.

_ Comisario, _ dijo la pequeña inquisidora _ por lo que hemos averiguado hasta ahora, Pepe y Ágata se debieron poner como locos cuando el muchacho, la víctima, saltó al escenario y les separó las manos. Hubo un gran follón ahí arriba. En la grabación de los móviles del público, se oyen gritos y los micrófonos y demás cosas del escenario están destrozados. Hemos encontrado las gafas del chico espontáneo debajo de esta mesa, debieron quitárselas entre los dos y lanzarlas juntos, por eso ni se rompieron ni llegaron demasiado lejos, fue un movimiento torpe.

_ ¡Dios mío!_ gritó Lulú, mirando fijamente el espejo, aterrorizada _ No dejaban de gritar a los oídos de ese pobre chico, cada uno a un lado mientras sujetaban sus manos contra el suelo. Todos se acercaban y les tiraban cosas para que lo soltaran, pero no se podía estar mucho tiempo junto a ellos. ¡Esos gritos eran horribles! ¿Cuándo podré tomar un analgésico, Comisario?


_ Pronto, señora. Vamos a llevarla a su casa y mañana seguiremos hablando en comisaría ¿de acuerdo?

1 comentario:

  1. Me gusta como escribes prosa, prima. Es una historia interesante y la cuentas tal y como me gusta ami; con una descripción corta y concisa y sin irte por las ramas (eso me suele suceder mucho ami cuando escribo). ¿La continuarás?, ¿o se trata de un relato corto?

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