Entradilla

Alas, plumas, fantasía, ganas de volar y de volver a mi planeta...

domingo, 27 de enero de 2013

CUENTO DE GÁRGOLAS II




Lucía fue la última expósita de la iglesia de la Obra Pía de Niños Expósitos de Burgos. Fue bautizada en el convento de las Salesas, sin gárgolas, para posteriormente ser trasladada a un hospicio municipal en Madrid. En fin, no tenía más remedio que sentirse más huérfana que nadie. Con 48 años decidió buscarse a sí misma y empezó por Burgos. Si tenía raíces, debían estar allí. 

Así es como se topó con aquella situación: una mujer sin ningún horizonte voluntario, sin brújula o, mejor dicho, cuya brújula no conocía el norte, conoció a Arlanzón, perro sarnoso, gárgola mal querida, a la que se maltrataba con gusto. Un espíritu con forma de perro infiel adherido a una dama de piedra, boba y triste, en la terraza de la catedral que da al castillo en ruinas.


¡Estaba perpleja! Con sólo un vistazo intuyó el problema, pero no hubo más que hablar, el insidioso cura desdobló un pliego que sacó del bolsillo interno de la sotana:

                _ Todo suyo, nadie lo echará en falta. Lo sustituiremos por una gárgola más bonita. Está todo hablado. Tenemos autorización de la dama de la cornisa.

El sacerdote propinó una patada al costado rocoso del engendro que rió con desprecio antes de soltar un último estertor, sólo para provocar.

Vivir junto a aquella dama era bochornoso la mayor parte del tiempo, después de casi 100 años, sólo Arlanzón, feo y triste, podía soportar aquello. Los malos tratos y el rechazo habían definido su autoestima y era capaz de aguantar cualquier situación con indiferencia.

En los cuadernos de registro arquitectónico de Burgos constaba que Arlanzón había sido un regalo de un duque venido a menos a la Iglesia de las Salesas Reales, pero las monjas que iban a habitarla, no quisieron adornar su preciosa fachada con aquella monstruosidad, y se reutilizó para sustituir a la gárgola de la dama de la cornisa, recién fugada con el grifo de una plaza que ahora ya no tenía más que una fuente con un chorro miserable que nadie miraba. 

En el siglo XIX, Juan Bautista Lázaro inició el diseño de la iglesia de las Salesas de Burgos. La noticia se extendió por la ribera del Arlanzón como la propia agua del río. Por entonces, el Ducado de K ya no era conocido por nadie, salvo por la propia familia que ostentaba el nombre. El Duque de K, un infeliz anticuado, estaba enfermo por unas fiebres misteriosas que contrajo en los Baños de Arlanzón. El pobre viejo sólo deseaba ser enterrado en el Monasterio de las Huelgas, a causa de la enfermedad creía vivir en la época de Berenguela I de Castilla, y, para ocupar en muerte el lugar que su estandarte merecía, decidió encargar la escultura para la nueva iglesia. 

Mientras diseñaba al perro, el artista repasaba la reproducción de un bestiario del siglo XVII, en concreto se deleitaba con la figura de un híbrido con cabeza de lagarto y cuerpo de cánido, que hoy reconocemos como un varano de Komodo. ¡Y maldita la fortuna y la imaginación juvenil de aquel escultor! Arlanzón nació con cuerpo de hombre arrodillado y el aliento apestoso y mortal de la cabeza de un dragón desmitificado. 

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